El Mito
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Mensaje por pantuflo Dom Abr 03, 2011 12:33 pm

Fue el capitán más joven del ejército británico. Combatió en Irak y Afganistán. Vivió la brutalidad de la guerra. Ahora Patrick Hennessey estudia derecho internacional y publica un libro de extraña calidad literaria sobre las experiencias de un niño bien en el frente. Tras su atractiva mirada gris encontramos una dureza que desconcierta.

Londres, las 19.00, hora Zulú. Acabo de entrar en el muy exclusivo y militarísimo The Cavalry and Guards Club de Piccadilly, en el corazón de Mayfair (Londres), pensando que llevo el pelo demasiado largo y voy vestido inconvenientemente casual, pese a la corbata, cuando alguien carraspea a mi espalda. Me giro -estoy contemplado un cuadro con muchos húsares- y me encuentro con un guapo joven trajeado -él sí- con elegante y discreta distinción. Tardo unos segundos en caer en la cuenta de que es Patrick Hennessey (1982), autor del celebrado libro El club de lectura de los oficiales novatos (o cómo matar el tiempo mientras se hace la guerra) (que acaba de publicar Los Libros del Lince) y en su momento, en 2007, el capitán más joven del Ejército británico. Precisamente mi anfitrión. Nos saludamos un poco embarazosos ambos. Él probablemente porque, acostumbrado a su pelotón, esperaba algo mejor. En mi caso porque me ha parecido encontrarme frente al adolescente Harry Feversham de Las cuatro plumas, con soldaditos de plomo aún en los bolsillos y una duda en el semblante a causa de los terribles relatos de Crimea de su padre, y no ante el sólido soldado profesional que ha matado a varios talibanes con su arma en el polvoriento Afganistán. ¡Dios, si parece casi un niño!

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"Soy de clase acomodada. Entré en el ejército por aventura y por probarme"

"Ser soldado te da atractivo. Vuelve el hombre a la antigua"

"En combate estás demasiado ocupado para sentir miedo"

"Matar no es tan fuerte como se cree. Despersonalizas"

Hennessey dejó el ejército, en el que ingresó en 2004, en 2009, y estudia para ser abogado especialista en leyes internacionales humanitarias. Su libro, en el que explica su vida militar, desde la instrucción hasta las operaciones y los salvajes combates a muerte que libró en la indómita provincia afgana de Helmand, pasando por sus servicios de guardia ante los turistas, en uniforme de gala -gorro de piel de oso incluido-, en el palacio de Buckingham (Buck), posee una extraña calidad literaria, normalmente inexistente en las memorias de la gente de uniforme. También una singular ironía. El título responde al club informal que fundaron varios amigos oficiales jovencitos y pijos -la palabra es suya- en Irak, cuando se solazaban con libros después de las patrullas en plena bajada de adrenalina. "Hay generales que escriben interesantes memorias, esto es otra cosa", dice. "En parte son los recuerdos de Irak y Afganistán. También la historia de un chico que se convirtió en soldado, un relato iniciático. He procurado que sea una obra para un público mucho más amplio que el interesado en lo militar, que sirva para entender lo que es la vida de soldado".

En El club de lectura... asistimos al sadomasoquista adiestramiento (incluida la instrucción con bayoneta), escuchamos el ping-ping de las balas rebotando sobre los vehículos "como palomitas de maíz", observamos el brillo letal de luciérnagas rojas de las trazadoras, y asistimos entre varias agonías a la de un afgano aliado al que una explosión le arranca el glande de cuajo y a la de un camarada de Hennessey desangrándose mientras lo atiborran de morfina, una escena que al propio autor le recuerda una foto de Robert Capa. Hay pasajes de combate asombrosos por su grado de primitivismo y brutalidad; parecía que ya no se luchaba así en el siglo XXI. El lenguaje es una curiosa mezcla de prosa literaria, modernidad -"surfear en las excitantes y peligrosas ondas de la bala que pasa rozándote la oreja"-, jerga militar (un muerto es "T4" -baja prioridad de evacuación-; una ametralladora GPMG, una "Jimpy") y expresiones tipo "fuimos al puto Irak, donde había hostias".

Pasamos al bar. Generales y coroneles de paisano, bien surtidos de copas, nos observan con británica discreción. Los flanqueamos por la izquierda como mandan los cánones, pero sin usar granadas. Hennessey me pregunta qué quiero beber. Elijo oporto. Él está tomando ya un bloody mary, curiosa elección si se tiene en cuenta que algunos de los temas que vamos a tratar son inevitablemente sangrientos. Nos sentamos junto a una mesita en un saloncito. Encima de Hennessey cuelga la edificante pintura de un jinete alanceando jabalíes en la India, y frente a mí pende el enorme cuadro de Godfrey Douglas Giles Revista de establos de la Royal Horse Artillery. Giles, pintor y oficial -alcanzó el rango de mayor-, comandó caballería en El Teb y estuvo también en la batalla de Tamai durante el intento de rescate de Gordon de Jartum. Durante la segunda guerra afgana participó en la batalla de Khuski-Nakhud y se dice que vivió la amarga jornada de Maiwand, con su lamentable pérdida de cañones ante los ghazi afganos... Hennessey me está mirando con curiosidad. Para ganarme su confianza musito el lema de su club: Septem juncta in uno, "siete unidos en uno", el motto de la Household Division (por los siete regimientos que la componen).

La carrera militar de Hennessey se ha desarrollado en los Grenadiers Guards, con los que ha estado en Bosnia, y ha participado en la Operación Telic en Irak (2006) y en la Operación Herrick en Afganistán (2007). Él está muy orgulloso de esa unidad de élite que ganó su nombre en Waterloo por su papel en la derrota de los granaderos de la guardia imperial de Napoleón. Aunque me parece que musicalmente se identifica más con Coldplay que con Scipio -su himno- o con la marcha de los granaderos.

Le pregunto, para abrir brecha, cómo llegó al ejército. “Mi abuelo era oficial de caballería, desembarcó en Normandía el día D, en Sword con la primera oleada, y acabó en la RAF”. Ah. “Pero no crea, mi otro abuelo era un intelectual progresista y objetor de conciencia, condujo ambulancias”. O sea, que la cosa queda equilibrada. ¿Cuál fue entonces la razón? “Es difícil de explicar, supongo que es algo muy inglés; tuve una educación privilegiada, estudié en Oxford, pertenezco a una clase acomodada. Quise probarme a mí mismo. Saber de qué estaba hecho, qué podía o no afrontar. Pensé que el ejército me daría una respuesta. También había aburrimiento y ganas de aventura. Muchos amigos quedaron estupefactos ante mi decisión de enrolarme y mi familia no se mostró nada feliz al principio”. Vaya, y eso que su padre también era militar, aviador naval. “Cuando decidí ingresar en el ejército, este no era una institución popular. Era algo muy old fashion. Pareció que yo hacía algo muy excéntrico. Ahora las cosas han cambiado, el apoyo a nuestras tropas es muy alto”.

Tras pasar por la selecta Sandhurst, la academia de formación de oficiales por excelencia, como explica en su libro, eligió la infantería de línea. Wellington habría aplaudido su decisión. “Es lo más duro y auténtico, sí”. Al propio Hennessey le sorprendió lo rápido que se convirtió en soldado profesional, y lo pronto que lo enviaron al combate en una posición además de enorme responsabilidad. “Los hombres somos seres muy flexibles”, reflexiona desde su baqueteada juventud. Hablamos de Kipling, pero él, sorprendentemente, dice que prefiere a Evelyn Waugh. En todo caso, puntualiza, “la del soldado moderno es una nueva manera de vivir la guerra, con sus gafas de sol, su iPod, su ordenador, metiéndose en Facebook, escuchando música de Metallica o el My My My de Armand van Helden, jugando con el frisbee y viendo películas”. ¿Bélicas? “Sí, la única forma de entender la guerra es a través de las referencias de la cultura popular. Los soldados en Irak y Afganistán además hacen vídeos, sus propios videoclips, con fondo de rap, para enviarlos a casa o mostrarlos a los amigos y compañeros. Es una forma de controlar la experiencia. Diriges tu propia película y piensas que así quizá sobrevivirás, hay algo psicológico ahí”. Y ven filmes. “Sí, es lo que produce mayor inmersión. Son muy importantes en la educación del soldado. Nosotros solíamos ver Band of brothers, muy inspiradora de liderazgo, y Black hawk derribado, que te pone ante una situación fluida” (!). Vaya, seguro que, en cambio, no les pasaban Senderos de gloria. “No, claro, ni Apocalypse now. En cambio sí Un puente lejano y Gladiator”. En el libro se relata un pase entusiasta de 300 al inicio de una operación contra los talibanes. La película favorita de Hennessey es Ice cold in Alex (Fugitivos del desierto, 1958), de J. Lee Thompson, la odisea en el desierto de un puñado de británicos huyendo de Tobruk. Y considera que Jarhead –filme de Sam Mendes y novela– capta muy bien la realidad de la guerra moderna.

En El club de lectura de los oficiales novatos aparecen muchos libros. Él y sus amigos llevan algún volumen de Penguin Classic en el correaje: El corazón de las tinieblas, el Quijote, Tristram Shandy, Graham Greene… “Los libros siempre han sido importantes para mí, y en el ejército leer era una válvula de escape, te acercaba a casa y te daba un espacio privado propio. Resultaba muy terapéutico”. ¿Cuáles son sus libros de guerra favoritos? “Catch 22, de Joseph Heller; Adiós a todo eso, de Robert Graves, Por quién doblan las campanas, de Hemingway: los Despachos, de Michael Herr, por supuesto”. ¿Qué libros hay en las bibliotecas de primera línea? “Las novelas de Sharpe, Jeffrey Archer, cosas así”. ¿Era Hennessey un niño Airfix?, ¿montaba modelos de aviones y barcos, jugaba con soldados en miniatura?, esas cosas… “No, el mito de la Segunda Guerra Mundial nunca ha sido la referencia de mi generación, es demasiado pasado”.

Hennessey me ha invitado a cenar, así que nos interrumpe con las cartas un camarero tan envarado que parece lord Cardigan. Aprovecho para estudiar a mi anfitrión. Es guapo. Se parece a una versión juvenil y sin picardía de Brad Pitt. Lleva una incongruente pulserita de colores. Sus manos, que han disparado un Javelin y calado la bayoneta en ataques al viejo y terrible estilo contra los talibanes, parecen suaves. Mientras esperamos a que lleguen los platos, le interrogo acerca de qué se siente en combate. “Es muy excitante. Hay una gran intensidad. Un foco. Produce una fuerte respuesta física. Endorfinas, un subidón. El corazón se te pone a mil. A la vez, bajo el fuego sentía una gran responsabilidad por mi equipo, por mis hombres. Te sorprende la claridad del pensamiento. Es una experiencia muy adictiva”. ¿Como una droga? “De hecho, la química del cuerpo en combate es parecida a cuando tomas drogas. Un cóctel de adrenalina y dopamina. Luego sientes que te has vaciado. Necesitas urgentemente recuperar glucosa y lo haces a base de Gatorade y palomitas caramelizadas. Y llega la liberación, el alivio de haber sobrevivido”.

Hay testimonios de combatientes que sugieren algo sexual. Hennessey esboza un muy británico mohín de desaprobación. “Bueno, el soldado está bastante desprovisto”. Como es muy educado, sin embargo, hace un esfuerzo por continuar. “Perdonará que los británicos tengamos una evidente falta de léxico para según qué cosas, en eso es mejor ser francés. Hay una equivalencia freudiana entre el acto de la procreación y la destrucción, el orgasmo y la muerte. En combatir hay una carga sexual porque es la afirmación definitiva de que uno está vivo”. En su libro, Hennessey se pregunta a qué se parece el éxtasis del combate: “¿Es como el gol de la victoria en el último segundo?, ¿es como el primer beso?, ¿es como el momento triunfal en que le bajas las bragas?”. Intento conciliar eso con la imagen que él mismo describe de un talibán muerto en el cráter de una bomba, sus entrañas mezcladas con las de una vaca destripada en el mismo combate, o la del pie del cabo primera Ball, recogido a 30 metros de su cuerpo. Me cuesta.

Le pregunto cómo se siente hoy un joven soldado, ¿es una sensación de ser muy macho?, ¿de virilidad? “Le diré que a las chicas les interesas. Ser soldado te da atractivo. En esto las cosas han cambiado, tras la crisis de masculinidad de los noventa y lo de los metrosexuales ha vuelto el hombre a la manera antigua. ¡Incluso mis amigas posfeministas responden a ello!”. Uno no sabe muy bien cómo catalogar a Patrick Hennessey. Atractivo, culto, con glamour de niño bien, presenta el enorme interés de haber estado donde todos temeríamos y haber salido aparentemente indemne. Pero carece de algo –desde luego, no valor, ni sex appeal, ni inteligencia–; es que no parece dudar, ni sentir piedad, ni miedo… “Nunca lo he experimentado; al menos en su forma más extrema. Debe de ser algo genético. En combate estás demasiado ocupado para sentir miedo. Creo bastante en la teoría de lord Moran de que todos tenemos una determinada cantidad de valor que vamos gastando y ya está”.

Es curiosa la revalorización de lord Moran; Sebastian Junger también lo trae a colación en su extraordinario Guerra (Crítica, 2011), sobre su experiencia empotrado con una compañía de la 173º brigada aerotransportada de EE UU en el valle de Korenhal –“el Afganistán de Afganistán”–, un libro que Hennessey recomienda. “En todo caso”, continúa, “en combate pasa todo tan deprisa, tienes que responder tan rápido… Quizá luego, al recordar, te encuentras con que no puedes dormir. Yo soy muy perezoso, no le doy muchas vueltas, en eso soy afortunado”.

Ha llegado la comida. Yo aún estoy con mi tortilla, mientras que Hennessey ha dado cuenta de sus dos platos, ensalada y carne, con sorprendente velocidad –“costumbre de soldado”, se disculpa–. Ha regado la cena con Coca-Cola, de la que se confiesa adicto. Le pregunto si nunca ha habido nada que le inspire miedo, aunque si no se lo han producido los Dragunov, los AK-47, las PKM y los mortíferos RPG de los talibanes… “Depende del sentido de la palabra miedo. He sentido angustia, una comezón ansiosa. La anticipación es siempre peor que estar bajo el fuego, cuando viajas en la parte trasera del helicóptero que te traslada para desplegarte en una misión o en un camión en zona peligrosa. Pero no es propiamente miedo. No me dan miedo las arañas, las serpientes, la oscuridad, ni nada. Perder las piernas, quizá, a causa de un IED (improvised explosive device), una bomba activada al paso de tu vehículo, como sucede a menudo en Afganistán. Recientemente regresé como civil y estuve en una emboscada en patrulla sin disponer de un arma. Me pareció lo peor, porque no tenía un papel que jugar. Cuando tienes un trabajo, hacerlo concentra la mente e impide que sientas miedo”.

Le pido que precise más lo que se siente bajo el fuego: “Es una sobresaturación de emociones. Te notas como en una discoteca de luces vertiginosas y ruido. La sensación de que todo da vueltas. De muchas cosas moviéndose a la vez. Se parece a lo que perciben los grandes deportistas. La satisfacción del combate viene de sentirte parte importante de una máquina que funciona, dependes de los demás, ellos dependen de ti, como en el deporte; ¿recuerda el discurso de Al Pacino en Un domingo cualquiera, aquellos ‘quince centímetros delante de nuestras narices’? Una sección de infantería es un equipo, la forma de moverte, la interrelación esencial con los otros soldados”. Le recuerdo que estamos hablando de algo que implica matar. “Es peligroso profundizar en eso, yo trato de despersonalizar al enemigo, que no es lo mismo que deshumanizarlo”. ¿Cómo es matar? “No tan fuerte como imagina”. Trato de continuar con la tortilla, pero noto la boca de corcho. Hennessey me observa con unos ojos de un gris helado que desmienten la inocencia de su juventud y me provocan un escalofrío. Sin embargo, es él quien aparta la mirada. “Probablemente lo sientes luego. Pero durante el combate vas teniendo pequeños objetivos, no eres explícitamente consciente de lo que está pasando”. ¿Y luego? “Posiblemente. No soy muy religioso, creo en la dimensión moral e inmoral de las acciones. Quizá un francotirador, que elige un blanco y dispara meticulosamente, es más consciente del hecho preciso de matar”. ¿Se siente culpable Hennessey de haber matado? “No específicamente. Trataban de matarme a mí. Para el soldado moderno es raro ver al otro soldado cuando lo matas; para el piloto o el artillero es algo muy abstracto. Pero en Afganistán, la infantería lucha muy a menudo al viejo estilo, en combates cuerpo a cuerpo. Mi preocupación, mi miedo si quiere, era matar a alguien inocente, o equivocarme y causar la muerte de alguno de mis hombres”.

La compañía de Hennessey mató entre 180 y 190 talibanes, según las estadísticas oficiales.

Para mi sorpresa, Hennessey está a punto de perder la compostura cuando le pregunto si logró alguna medalla en Afganistán. “No. Solo una recomendación. No lo siento por mí, pero sí por el equipo. Las medallas están muy politizadas en todos los ejércitos. Se ha perdido el sentido de la proporción”.

–¿Cree que ha sido un buen soldado, un soldado de verdad?

–Si no lo era al principio, acabé siéndolo al final.

–¿Y qué tal es volver, reintegrarse en la vida normal?

–Pierdes algo. Lo añoras. Y es difícil reajustarse. Yo fui muy afortunado, no sufrí shock postraumático, no he tenido pesadillas.

–¿Cree que la experiencia de la guerra le ha hecho mejor o peor?

–La experiencia militar, incluida la guerra, me ha hecho crecer como persona. Te da otra perspectiva de la vida. Pero cuidado con pensar que lo militar es único; otras experiencias, como la pérdida de los padres en la juventud, marcan igualmente muchísimo. Nunca he creído que seamos mejores que los civiles.

–¿Hablará con sus hijos –cuando los tenga– de la guerra, de su guerra?

–¿Por qué no?, no me siento culpable de nada.

Llevamos horas de conversación y a Hennessey le acomete una súbita prisa. Tiene una cita. Recogemos los abrigos y nos marchamos juntos del club, pero no sin que antes me lleve a la biblioteca para admirar una espléndida pintura de la carga de la brigada ligera en Balaclava. Al salir a Piccadilly hablamos de su admirado Slim, del moderno Rorke’Drift del regimiento Princesa de Gales rechazando 80 ataques de la milicia chiita en Al Amarah en agosto de 2004, de Inkerman, “la batalla de los soldados” –porque todos los oficiales murieron–, del malogrado Nolan y de la prensa. Hennessey es muy crítico con ella y en el libro carga contra los corresponsales de guerra –“se hacen fotos con barba de dos días en el desierto y luego se largan a Kabul a ligar con las chicas de las ONG”–. Le reprocho, por injustos, sus comentarios. Y me responde: “Mis soldados creen todo lo que leen y me temo que los periodistas no son conscientes de la responsabilidad que eso supone”.

Con esta última defensa de su pelotón, nos separamos precisamente ante Apsley House, la casa de Wellington. El joven marcha hacia el metro de Park Lane. Me pregunto si seguirá suscribiendo el viejo proverbio del Panshir que cita en su libro: “Los que han conocido la tempestad se asquean de la calma”.





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eing? Re: guerra. deporte sexo

Mensaje por Invitado Dom Abr 03, 2011 5:06 pm

¿No hay un resumen para bebedores raros pantu? Very Happy

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eing? Re: guerra. deporte sexo

Mensaje por pantuflo Dom Abr 03, 2011 5:25 pm

Futbol sexo y matar es lo mismo
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